martes, 3 de mayo de 2011

MODELANDO VIDAS

Cuando éramos pequeños nuestros padres nos enseñaban que la envidia era algo malo. Que no estaba bien desear “los juguetes” de los demás niños. Todos sus juguetes!!
El caso es que con el tiempo fuimos cambiando los juguetes por “las novias”, las novias por “el pelo” y el pelo por “los nietos”… Pero lo cierto es que nos pasamos toda nuestra vida envidiando lo que alguien tiene y a uno le falta.
Pero todo lo que nos enseñaban de pequeños solía tener matices, por eso yo creo que la envidia no siempre es mala. De hecho, la envidia es buena cuando la empleas como motivación para mejorar en algo. Y claro, aquí ya entran los matices porque ese “algo” debería ser bueno. Si envidias a tu compañero de trabajo porque pega a su mujer, mal vamos!!

Pues bien, lamento deciros que al hacer este trabajo he condenado mi alma a arder en las llamas del infierno durante toda la eternidad. Ya que la envidia es lo que me ha movido ha hacerlo, y como sabéis es el sexto entre los pecados capitales… Pobrecito de mi. No os doy pena!!??

Todo comenzó a finales del pasado año, cuando me pasaron el enlace a la Web de JUAN FRANCISCO CASAS, y me dije, “yo quiero!!”

Todavía hoy, después de todas las horas que he pasado empuñando el bolígrafo, sigo preguntándome cual de los Dioses del Olimpo le ha concedido su gracia a este hombre para alcanzar ese realismo en sus trabajos.

Señor Casas, tiene usted todo mi respeto y admiración. Y por supuesto, toda mi envidia… ggg


- ¡¡EH TU!! ¿¿QUESTASACIENDO?? – gritó una sombra desde el umbral de la puerta.
- Nada señor – dijo dándose la vuelta de un salto.
- ¿COMO QUE NADA? ¿TE CREES QUE SOY TONTO? ME ESTAS ROBANDO, ¿VERDAD? MALDITO CRÍO DESAGRADECIDO. ENCIMA QUE TE PERMITO PASAR LAS NOCHE EN MI TALLER, ¿ME ROBAS? DE NO SER POR MÍ, HABRÍAS MUERTO CUANDO SOLO ERAS UN MOCOSO Y ASÍ ES COMO ME LO PAGAS, ¿ROBÁNDOME? ¡¡APÁRTATE DE AHÍ, QUIERO VER QUE IBAS A LLEVARTE!! - volvió a gritar a medida que se abría paso en el interior del sombrío taller.
- Yo solo… No le estaba robando, señor. Yo no... - intentó disculparse Escoria sin mucho éxito, mientras se alejaba de la mesa. Pero el muro del horno, todavía caliente, le cortó el paso a su espalda y el miedo se apoderó de él.
- ¿TE CREES QUE SOY TONTO? CLARO QUE ME ESTABAS ROBANDO. TENIA QUE HABÉRMELO IMAGIN… - empezó a gritar de nuevo la sombra mientras avanzaba hacia donde estaba el joven. Pero en cuanto sus ojos se adaptaron a la saltarina luz de una vela, las palabras se le estrangularon en el fondo de la garganta y sintió los pies hundirse en un fango inexistente.
- ¿Pero que estás…? ¿Has hecho tú…? ¿Así que eras tú el que…? ¿Pero como lo…? ¿Y desde cuando…? ¿Porque no…? – las preguntas se amontonaban en su mente, empujándose para salir la primera.
- Lo lamento, señor. No pretendía incomodarlo. Yo solo… – intentó de nuevo disculparse, entre temblores de miedo, y sin atreverse a levantar la vista del suelo.
- No… – le cortó Alfarero, acompañando la negativa con un leve movimiento de su mano, al tiempo que se apoyaba en uno de los bancos sin poder apartar la vista de donde había estado el joven.

Transcurrió un largo rato marcado por un incomodo e intenso silencio. Durante el cual, el aturdido hombre alternaba las miradas entre aquella hermosa figurita de una joven halada, con su delicada piel de pintura, todavía fresca. El joven en que se había convertido aquel niño debilucho al que había acogido en su taller hacia ya tanto tiempo. Y la estantería en la que se alineaban todas aquellas figuras que parecían tener vida propia. Al fin consiguió ordenar sus pensamientos, y con un hilillo de voz volvió a dirigirse al muchacho, sin poder apartar la vista de aquella imagen.
- ¿Así que eras tú? ¿Has sido tú todo este tiempo?
- Si, señor. – respondió Escoria asombrado ante el repentino cambio de actitud del artesano.
- ¿Pero como lo haces? ¿Como puedes darle vida a la arcilla de esa manera? – preguntó aun sin dar crédito a lo que estaba presenciando.
- No lo sé, señor. Solo pienso en algo y le doy forma – dijo el joven encogiéndose de hombros y mostrando las palmas de las manos manchadas de arcilla y pintura.
- Me suena su cara, ¿quien es? - preguntó al tiempo que hacia girar la peana del torno para contemplar aquel pequeño rostro que parecía avergonzarse al sentirse observada.
- Es… la hija del alquimista, señor. La veo todas las mañanas cuando baja al mercado. Es muy guapa, señor. Y… - se interrumpió, avergonzado por lo que acababa de decir.
- Y todos esos que has hecho, ¿también existen? ¿Ya tenían vida antes de que los modelaras? – preguntó con un leve movimiento de cabeza que apuntaba a una de las estanterías.
- Si, señor. – dijo distraídamente mientras observaba aquel estante, henchido de orgullo.
- ¿Y quienes son? ¿Porque lo haces? ¿Porque ellos?
- Es mi gente, señor. Personas a las que quiero y aprecio. Gente con la que me he tropezado un día y que me han dejado huella. Aquellos que se han ganado mi respeto y mi cariño. Es como un pequeño reconocimiento, señor. Pero sobre todo, lo hago porque quiero, y porque puedo.

Tras pensarlo un momento, Alfarero abrió la boca para decir algo, pero se dio cuenta de que ya todo estaba dicho. Sacudió negativamente la cabeza, y con resignación salió del taller en el más absoluto silencio.


"No somos por lo que tenemos, sino por lo que sentimos, ¿no le parece?"
Ella, que todo lo tuvo. Ángela becerra.

500x640mm
Bolígrafo sobre cartulina.
2011