miércoles, 23 de noviembre de 2011

LAS VIDAS DEL TIEMPO (II parte)


Me gustaría pensar que habéis recibido la anterior entrada con la misma ilusión que yo he derrochado al realizarla. Si es así, imagino que la espera se os habrá hecho mas larga de lo que realmente ha sido.

Para quien se haya perdido el comienzo de esta historia, le recomiendo que la lea antes de continuar.

Una vez aceptada la reencarnación como posibilidad remota, hay que ver que se puede sacar en limpio. Reconozco que la obra anteriormente citada es extremadamente tranquilizadora, aunque el hecho de no poder recordar lo ya aprendido no acaba de seducirme.

Pero me gusta creer que mi caso es una de esas extrañas excepciones que confirman la regla. Que esa excepción me ha permitido recordar a una persona muy especial con la que había compartido una vida anterior. Que lo que vivimos, el motivo, el momento y el lugar en que nos “recordamos” son una señal que nos demuestra la existencia de un orden preestablecido en el universo. De que todo ocurre por algún motivo, aunque la mayor parte del tiempo no alcancemos a discernirlo.   

A pesar de todo esto, y de lo extremadamente largo que se me ha hecho el año, creo que ha sido un magnifico trabajo y me siento tremendamente satisfecho con el resultado final, tanto en su vertiente literaria como plástica.
Solo espero que os haya gustado tanto como a su destinataria y protagonista!!

Una vez más me gustaría presentar mi gratitud a las personas implicadas en esta segunda parte.
A Cova otra vez, por darme la oportunidad de saldar mi vieja deuda. Aún sin saberlo. Gracias.
A Patricia, por acceder a mis “extrañas” peticiones sin hacer preguntas. Gracias, te debo una!
Al párroco del Sonhza, por abrirme su archivo. Gracias.

- Madre, ¿porque los otros niños no se acuerdan de cuando no vivían en la aldea?
- ¿Otra vez, hija? Ya hemos hablado de eso…Porque todos nacieron aquí. Es imposible que se acuerden de nada que haya sucedido antes de que ellos nacieran.
- Pero yo me acuerdo de cosas. Recuerdo cuando llegue al Sonhza y os vi a mis hermanos, a Padre y Ti camino del mercado, y de lo mucho que me dolían los huesos… Aunque ahora ya no me duelen!
- ¡¡Cova!! Te tengo dicho una y mil veces que no debes hablar de esas cosas.
- Pero Madre….
- ¡¡Ni pero, ni pera!! ¡Que te calles!

Como había predicho Suevia “La Forastera”, vida y muerte se cruzaron aquel día en la aldea. Para todos había sido una triste coincidencia, pero para sus padres fue la chispa que encendió la mecha del miedo.


Desde muy temprana edad la pequeña empezó a responder al nombre de Cova y no al de su bautismo. A veces preguntaba por gente que había muerto antes de su nacimiento. Y mencionaba sucesos que sus padres conocían de viejas historias que les habían contado sus abuelos. Sin embargo, la mayor parte del tiempo se comportaba como lo que realmente era a ojos de todos, una cría revoltosa.
Los padres de Cova, asustados por el comportamiento de su hijita intentaron evitar que se cumpliera la profecía de la anciana. Y lo único que se le ocurrió fue ocultarle deliberadamente la fecha real del nacimiento a la pequeña, con la esperanza de que el destino “se despistara” y pasara de largo, adjudicándole su futuro a otra pobre desgraciada.


Se aproximaba el fin del sexto ciclo del alumbramiento de Cova, “La Protectora”, como la habían apodado en la aldea siendo aún muy joven.
Durante la última luna, Cova se había mostrado muy inquieta, incluso para lo que en ella era normal. No sabía por que lo hacía, pero algo superior a ella la impulsaba a acercarse hasta el cementerio. Y allí se pasaba las horas, paseando entre las tumbas, con la mirada ausente y la mente saturada de recuerdos ajenos. A veces la acompañaba su madre, diciendo estar preocupada por ella. Aunque sobre todo intentaba evitar que se acercara a la lápida de La Forastera, aun desconociendo que ocurriría si la encontraba.

Un día, uno de esos paseos sin rumbo predefinido la llevo a un rincón del cementerio, extrañamente apartado incluso teniendo en cuenta la configuración del lugar, donde se alzaba una lapida solitaria.
Unos extraños símbolos se grababan en aquel trozo de granito. Al acariciar la superficie de la piedra, los grabados se descodificaron en su mente, dejando al descubierto la fecha de aquel día, solo que 36 primaveras atrás.
Un repentino dolor de cabeza le anunció el desmayo que la sobrevino.

La noche le había ganado la batalla al día y se regodeaba ante aquel atardecer que agonizaba.
Al despertar, su cuerpo se le antojaba más pesado, como si el mundo reposara sobre sus hombros, y su mente más ágil. Todo parecía haberse ralentizado. Sentía como si el mundo le estuviese susurrando al oído en miles de idiomas distintos y ninguno le fuese desconocido. De pronto todo parecía brillar con una luz distinta, los sonidos se habían revitalizado y los olores eran ahora mas intensos. Aunque en realidad todo era igual y solo ella había cambiado.
Sus ojos lo veían todo, porque ahora su mente estaba preparada para entenderlo todo.



“Quizás estar vivo sea esto: perseguir instantes que mueren”

325x325mm
Grafito y l. acuarelable sobre cartulina.
2011