Dice el saber popular que de ilusiones también
se vive.
Por mi parte, tengo por
mala costumbre hablar de mis propias vivencias para que nadie pueda decirme que
estoy equivocado. Así que os diré que en mi caso no vivo "de"
ilusiones, sino que vivo "con" ellas. Y creo que no miento si os digo
que esta era una de las más longevas en mi haber. He cuidado y mimado esta
ilusión informe, la he acariciado en silencio hasta más allá de la media noche
y alimentado con cariño bajo una cúpula de huesos cuando no era más que un
pensamiento difuso. He mirado con orgullosos ojos de padre a mi nuevo engendro,
cuando comenzó a batir las alas en el nido tras romper la crisálida. Ahora, ha
llegado el momento de verlo volar más allá del horizonte.
Llevo esperando este momento años, y aunque por diferentes motivos, sé que
vosotros también. Pero al fin, ha llegado el día. Este es el momento, el presente, cuando vosotros
completáis un ciclo para comenzar el siguiente, cuando al fin mi engendro ha visto la luz.
Y si alguien no lo ha visto venir, puede echar la vista atrás para ver como presente
se aleja en la distancia para convertirse en pasado.
Dicen los que saben del tema, que al parecer es aconsejable para lo vuestro:
comunicación, comprensión y paciencia a partes iguales. Os deseo mucha suerte,
y que seáis muy felices. En cuanto a mi chiquitín, os acompañará en silencio y
sin pedir nada a cambio. Por siempre y para siempre, estoy seguro de ello...
No quisiera dejar que el presente se convirtiese en pasado sin presentar mi
gratitud a las partes que habéis colaborado de forma totalmente altruista,
tanto es así que alguna ni siquiera llegó a saber en qué andaba metida:
-A ButterflyTechnology:
por ese soporte técnico tan tuyo. Y por las palabras de ánimo cuando el tiempo
y el papel en blanco me ahogaban.
-A Salerito&Co Events: por esa maravillosa fotografía, desencadenante de
este post. Por llevarme al blanco, año tras año. Porque sí.
Y como estamos en el aquí y el ahora,
se me ocurre que podemos terminar con una epopeya de mi propia cosecha;
ecológica y (a duras penas) auto-sostenible.
Espero que os guste tanto como a mí escribirla.
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La noche había sido larga, plagada de susurros
amortiguados y temblores febriles. Una de esas noches que enredan en las
cumbres más escarpadas un alba limpia. Una mañana épica como pistoletazo de
salida para comenzar el día uno de una nueva era. El cielo se iluminaba
impregnado por los colores de una virtual batalla nocturna: naranjas y
amarillos candentes de fuegos descontrolados, rojos intensos por la sangre
derramada y, ocultándose tras el horizonte, el negro difuso de una muerte que
se retira, sintiéndose temporalmente saciada. Una paleta de colores tan
intensos que parecían próximos a la pirólisis por combustión espontanea. El
aire gélido, con forma de suave brisa matutina, arrastraba tras de sí un
silencio taimado, roto tan solo por los rumores que arrancaban las minúsculas
partículas de hielo al deslizarse presurosas sobre la gruesa capa de nieve caída
durante la noche. El murmullo que el viento extraía de los pinos hacía recordar
a una horda de fantasmas susurrando letanías en plena noche, como una coral de
uros condenados a repetir en bucle siempre un mismo compás. El sol asomaba ya
tímido sobre el horizonte, tratando de abrirse paso entre los afilados picos
rocosos, acolchados ahora por un esponjoso manto blanco, como algodón recién
cosechado. Los abetos medio sepultados, se quejaban con lastimosos silencios de
la carga que les encorvaba las ramas. Tras cada piedra, tras cada árbol, tras
cada obstáculo que ofrecía su engañoso refugio, se formaron profundos
ventisqueros donde quedaban momentáneamente atrapados los primeros rayos de
sol. Aquellos más valientes que, con la timidez propia del niño que por primera
vez suelta la mano de su madre para salir a explorar el mundo, se adentraban en
lo más profundo de la montaña sin dejar una sola huella grabada en el frágil
manto de nieve.
A pesar de la firme
oposición paterna, una distancia silvestre había crecido sólida y firme entre
los pequeños, producto de una poderosa magia negra, conjurada en una tierra
oscura y peligrosa allende los mares. Nadie habría sabido decir cómo, y mucho
menos por qué, pero el caso es que la pócima cayó en las manos equivocadas,
alzando entre los hermanos, un muro invisible pero duro como el acero de
Damasco. El tiempo pasó raudo y los niños crecieron hasta convertirse en
adolescentes, en auténticos desconocidos a ojos del otro. Finalmente, los
chicos se hicieron hombres mientras compartían un espacio dividido por dos
realidades paralelas, sin apenas puntos en común y con todas las diferencias
imaginables; hasta el amanecer de aquella gloriosa mañana. Aquella mañana, todo
cambiaría para siempre, solo que aún no lo sabían.
Aquella mañana, se
levantaron antes del alba. A todos les encantaba hacerse los remolones entre
las mantas de buena mañana. Pero estaban llamados a cambiar su destino y,
aunque no lo sabían, se apresuraron para no llegar tarde a la cita. En cuanto
el primer rayo de sol se aventuró en lo más profundo de la cadena montañosa,
uno de ellos ya estaba en la posición marcada por las Nornas. Con la tabla bien
firme en los pies y el culo hundido en la nieve esponjosa, disfrutando del
paisaje, del silencio, del amanecer… Sintiendo un vacío interior que resultaba
imposible llenar con comida, esperó. El tiempo rodó raudo sobre la montaña,
pasó un minuto, tal vez una hora, tal vez más, y mientras él esperaba, aún sin
saber a qué estaba esperando. Sin saber que su vida estaba a punto de cambiar,
que el muro estaba próximo a venirse abajo, así, sin motivo o causa aparentes.
Al rato, oculto por la brisa que de nuevo comenzaba a levantarse al son pausado
de la luz diurna, sintió el inconfundible sonido de una tabla deslizándose
presurosa sobre la nieve casi casi virgen, seguido de cerca por un par de
esquís con llamas de fuego valirio estampadas en las suelas. Como por
casualidad, se sentó a su lado sin reparar en él siquiera, inexistente a sus
ojos, oculto tras aquel muro invisible, y esperó a que llegara su compañera. En
cuanto ella se detuvo a su altura, se miraron, sobresaltados por el inaudible
estruendo de cascotes invisibles que se extendió por el valle. Entonces le
vieron. Sin más almas en kilómetros a la redonda, las únicas tres presentes se
reconocieron al instante, a pesar del tiempo, a pesar del frío que les hacía
castañetear los dientes y embozaba sus rostros. Sorprendidos todos por
encontrarse al fin, después de tantos años, tan lejos de casa, tan cerca unos
de otros.
Sin mediar palabra, las
miradas se perdieron nuevamente, más allá de los cantos de las tablas o de las
puntas de los esquís; más allá de las partículas de hielo que,
arrastradas por la brisa, desdibujan la superficie de la ladera; mucho
más allá de la profundidad de los valles o de las cumbres más lejanas. Nadie
osaba moverse. Nadie dijo nada pues no eran necesarias las palabras. La magia
flotaba en el ambiente con aroma de hielo seco, la brisa se arremolinaba entre
los cascotes del muro invisible, tarareando una cálida melodía. La cálida
melodía del reencuentro entre hermanos separados en la infancia, la cálida
melodía que compondría la banda sonora de sus nuevas vidas, una melodía que
ninguno de los presentes olvidaría jamás. El tiempo parecía haberse detenido,
pero el frío no daba tregua, entumeciendo poco a poco la alegría tras el
reencuentro.
De pronto, una voz sorda
y ahogada, se elevó fantasmal como una sombra bajo el sol del verano, en un
desesperado intento por hacerse oír sobre la distante coral de uros
susurrantes. Y con un pésimo italiano de taberna, preguntó a los presentes:
andiamo??; Al instante, como accionados por un
resorte invisible, los tres hermanos se pusieron en marcha, con una sonrisa
desdibujada en los labios ateridos por el frío, pero perfectamente reconocibles
bajo las cobijas que embozaban sus rostros.
Una vez más la misma
montaña, la misma ladera, la misma trazada conjunta pero ya nunca más ciegos,
ni sordos, ni solos. El futuro les pertenecía. La montaña… también.
Dure la vida, que con ella todo se alcanza.
ElQuijoteDeLaMancha
| MiguelDeCervantes
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Bolígrafo sobre papel
2016